martes, marzo 11, 2008

Cincuenta centavos, de Francisco Castañeda Rojano


Sin saber exactamente cómo llegó hasta ahí, de pronto Francisco Castañeda Rojano tenía en su haber una novela: Cincuenta centavos. Se dice fácil, pero no lo es; o cuando menos no tanto.
Porque Cincuenta centavos es una historia emanada de una vida cotidiana implacable y atroz. Neta de Iztapalapa. Incomplaciente. Una vida en la que el desconsuelo, la ilusión vuelta un madrazo en la cara, el infortunio más desgarrador, van de la mano. No hay concesiones en una existencia de esa naturaleza. Y menos se puede escribir de estos temas si no se han vivido en carne propia.
Por eso Cincuenta centavos se siente real. Porque lo es. Porque no hay investigación de campo atrás de ella sino angustias nocturnas, sed de acercarse al otro, fuego inextinguible. Y por eso Francisco Castañeda Rojano la escribió. Porque la traía en sus entrañas. Cincuenta centavos es de esas cuantas, contadísimas y afortunadas novelas que terminan por desbordar a su autor —si no me escribes te engullo, si no me escribes te extraigo la sangre y me la bebo en un cótex—, y cuya frescura, cuyo vigor, cuyo arrojo, siempre son envidiables.
No es común que en medio de la producción literaria encaminada a la venta masiva de libros por encima de la hondura, una novela como ésta vea la luz; menos es común que la vida de los suburbios interese a los editores de ficción literaria. ¿No están ahí las listas de las 100 mejores? Para qué arriesgarse por un autor nuevo, por una propuesta underground. Porque eso tiene esta novela. Estamos hartos de que los mismos escritores contraculturales se pavoneen como héroes culturales. Ahí les va uno de a deveras, cuya única pretensión es que una mujer le abra las piernas con esta historia. Quién quita y se le haga.
Me uno a la celebración de esta novela. Festejo y canto su nacimiento. Para mí, una novela vale leerse cuando toca los sentimientos del alma. Y Cincuenta centavos le habla al alma de los lectores. Yo por eso la leí, y por eso escribo estas líneas. De no haberme conmovido, de no haberme estrujado, ahora mismo estaría viendo la televisión. O fajándome una chava. Quién quita y se me haga.
¡Salud!, Francisco Castañeda Rojano. Felicidades, carnalito. Bienvenido a la comunidad de las hienas literarias. Que lo digo para darte ánimos. No te asustes.
Eusebio Ruvalcaba
…Y con los aplausos para Rita Montaner, se retira el cronista, deja la peña andando, y cruza la calle Martí y el parque —que ya conocen los lectores—, y se encamina a la Casa de la Cultura, a cuyo vestíbulo llegará irremediablemente tarde. Y será en el preciso momento en que, en medio de un gentío, una mujer hermosa, trigueña, de pelo negro y suelto sobre los hombros, inaugura una exposición de compatriotas traída expresamente desde México para esta ocasión. El cronista va descubriendo una larga nómina de artistas mexicanos: David Rivera con un relieve en madera, titulado Loca de loco en su corazón, y Rosa Llescas con un acrílico sobre tela con el título El loco, y Gustavo Medina con un pastel sobre papel reciclado denominado El fantasma de loco, y un grabado, y una xilografía.
La exposición, con curadoría y montaje de Roberto Villasusu y Javier Figueroa, diseño de Aymara Hernández Denis, impresión del propio Jorge Luis Corona Pacheco, director de La Casa ha quedado muy bien. Pero los expositores son más: Marco Antonio Almazán con dos grafitos sobre papel, Carlos H. Vázquez también con un grafito, y Analuz Alejandro Balcázar, y Mónica Estela Molina y Víctor Ortiz. Y Mar Ortega, P.Tus, Gilda Solís, y todos, todos, todos con tempera sobre cartulina, con óleo sobre lienzo, con sanguínea sobre papel reciclado o con técnica mixta, todos, TODOS, con sus obras tituladas con frases vinculadas enigmáticamente con “El Loco”. Ya está a punto el cronista de preguntar quién o qué es El loco cuando repara en más de 30 obras —todas en técnica mixta— y de un mismo artista. O para decirlo con mayor exactitud: una misma artista, Lucero Balcázar. Caricaturas (Juan Rulfo, Lolita Flores, Gabriel García Márquez, José Martí…) y un conjunto de oleos sobre papel: Ya no te acuerdas, Fridamanda, El rey lagarto, La bruja blanca… Y La mujer de loco.
Pero ya en medio del tumulto del brindis, el querido Víctor Montes de Oca lleva al cronista a conocer a la invitada de honor: la dramaturga, escritora, editora y artista plástica Lucero Balcázar, nacida en Ciudad México —quien ha viajado con anterioridad a Santiago de Cuba varias veces— y que ha publicado seis libros entre 1997 y 2006 (María Luciérnaga, Semillas para la ciudad, Piel de poemas, Amores carniceros…), ha montado obras de teatro en la Casa del Lago en México, en el Teatro Macuba en Santiago de Cuba, en el Gran Teatro de La Habana… y cuatro exposiciones individuales de artes plásticas.
Pero… ¿Y El Loco?
La respuesta la recibiría el cronista varios días después, a través del correo electrónico, en la cubierta del libro más reciente de Lucero, con dibujo del artista mexicano Gustavo Medina, y especialmente en la nota de contracubierta de Arturo Terán, quien devela el misterio cuando advierte que se trata de “un ejercicio de creación basado en la imaginería interpretativa de las cartas del Tarot. El Loco, la bitácora del viaje de una mujer artista”, acción esotérica de un equilibrista, porque “todo delirante amoroso busca un equilibrio en las piernas de una mujer a las que considera su casa”.
Y ya lo entiende el cronista: El Loco, el Diez de Bastos, es el arcano mayor, el consultante. Lucero Balcázar pregunta y la respuesta es este libro de 78 poemas, uno por cada una de las cartas que integran el mazo; versiones de los múltiples rostros que tiene El Loco y que se manifiestan en la exposición. (…)
Por: Armando Cristóbal
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